Hace unos días se celebró el Día de la Mujer Trabajadora, es decir, de
todas, pues quien no trabaja fuera de casa, lo hace dentro; aunque lo normal es
que lo haga dentro y fuera. Lo que más me llamó la atención fue la
reivindicación de la igualdad de salarios, y me sorprendió porque yo creía que
ya estaba superada esa diferenciación que se inició en los orígenes de la
Revolución Industrial, cuando mujeres y niños se incorporaron a las fábricas.
Tras informarme un poco más he podido comprobar que aunque la
discriminación salarial de la mujer es generalizada, hay diferencia
entre unos países y otros. Así, en los países europeos más desarrollados (norte
de Europa) las mayores diferencias salariales entre hombres y mujeres se da en
los empleos muy cualificados, mientras que en España y los países mediterráneos
ocurre en este nivel y además en los empleos menos cualificados. Curiosamente
en estos países la incorporación de la mujer al trabajo es menor. Es decir, la
mujer tiene menos posibilidades de trabajar; la que trabaja, menos
posibilidades de alcanzar puestos de responsabilidad; y la que llega a estos
puestos, menos sueldo. Esto sucede sobre todo en la empresa privada, en la
empresa pública es menos frecuente.
Se han realizado varios estudios intentando explicar esta situación.
Algunos opinan que se trata de una cuestión de rentabilidad: en el caso de
mujeres que no tienen una alta titulación y que además no han invertido una
serie de años en su preparación, el empresario cree que es muy
probable que abandonen el trabajo en unos pocos años, por lo que no merece la
pena invertir en ello. A esto se une que el hombre, por “ser el que aporta el
sueldo a casa” es más difícil que abandone el trabajo.
En otros casos, que la mujer está muy preparada, inicialmente cobra lo
mismo que el hombre. La discriminación aparece cuando consigue ascender a
puestos de responsabilidad, pues el empresario considera que la mujer tiene
menos flexibilidad de horas de trabajo, piensa por ello que la mujer
recibirá menos ofertas de otra empresa que el hombre, así que se asegura la
estabilidad del hombre compensándolo con el salario. Los hombres, además,
aumentan su salario más fácilmente con la realización de turnos, trabajos
nocturnos o realización de horas extraordinarias, etc.
Una posible solución para este problema sería dar mayores ayudas a las
mujeres, ya que son las que se enfrentan a dos situaciones fundamentales, la
maternidad y el reparto de tareas en el hogar. ¿Quién se ocupa de la casa, de
los hijos, de los mayores?, ¿Quién reduce su jornada o pide permiso para
atenderlos? Se necesitan guarderías, un reparto real de tareas y
medidas políticas que faciliten la conciliación de la vida familiar y laboral.
Me parece muy injusto que hombres y mujeres no sean valorados de la misma
manera. La Constitución Española dice que no habrá discriminación por sexo, y
sí la hay, aunque sean unas barreras invisibles, eso que suena tan bonito,
el “techo de cristal”.
Además, la mujer en su trabajo sufre horarios irregulares y de jornada
reducida, con más frecuencia que los hombres. Esto afecta a la mujer toda la
vida, pues con este tipo de empleos y con salarios más bajos, cuando llegue la
jubilación también cobrarán pensiones más bajas.
Según los datos del sindicato UGT de 2010, una mujer debería trabajar 82
días más al año para recibir el mismo sueldo que los hombres.
¿Techos? Ninguno, ni siquiera de cristal.
Isabel Cabañas Bógalo
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